"Este mundo es una cosa admirable y extravagante, que muy bien pudiera ser de otro modo, pero que, tal como es, es deliciosa"

G.K. Chesterton, en "Ortodoxia".

miércoles, 25 de julio de 2012

Original


Según el propio J.R.R. Tolkien, fue a principios de la década de los años treinta, cuando como profesor de anglosajón y corrigiendo unos exámenes de literatura inglesa, encontró un papel en blanco y escribió en él la frase: “En un agujero en el suelo vivía un hobbit.”, al parecer sin saber ni siquiera de donde había sacado la idea. Como se sabe, éste fue el inicio y germen tanto de “El Hobbit”, como de toda la mitología desarrollada en “El Señor de los Anillos” (cosas de la vida, hasta de un examen en blanco se puede sacar provecho…).

A su vez, su compañero y colega C. S. Lewis confió en cierta ocasión en una entrevista: "Mis siete libros de las Crónicas de Narnia y los tres de ciencia-ficción comenzaron cuando se me pasaban por la cabeza ciertas imágenes. Al principio no había historias, sólo imágenes. El león empezó con la imagen de un fauno que llevaba un paraguas y unos paquetes por un bosque nevado. Llevaba grabada esa imagen desde que tenía unos dieciséis años. Luego, cierto día, cuando rondaba los cuarenta, me dije: "Intentemos construir una historia a partir de esa imagen". Al principio no sabía en qué consistiría la historia. Creo que en aquella época tuve muchos sueños en los que aparecían leones. Aparte de esto, no sé de dónde salió aquel león ni por qué. Sin embargo, en cuanto llegó, comenzó a hilvanar la historia y, muy pronto, a hilvanar los otros seis libros de Narnia. En cierto sentido, sé muy poco de cómo nació esta historia. Es decir, no sé de dónde salieron aquellas imágenes. Tampoco creo que nadie sepa exactamente de qué modo elabora su material. El proceso de elaboración es algo misterioso. ¿Acaso se puede explicar cómo ocurre una idea?"

Muchos autores se muestran incapaces de explicar como surgió el comienzo de su obra. Y es que uno de los misterios más grandes de la creación artística radica en su nacimiento, cuando todo está todavía en germen, cuando sólo existe una pequeña semilla, una promesa débil, un tímido principio, un inseguro comienzo: unas pocas palabras (JRR Tolkien) o una imagen apenas vista (C.S. Lewis). Este principio es sólo eso, un principio de un camino que no se sabe adonde llegará. Y todo el camino está por andar; y todo el trabajo está por hacer. Llegada la inspiración, es necesaria la transpiración, y como en la vida misma es necesario no desalentarse ni desesperarse por el camino que queda por recorrer. Según se nos cuenta, no parece sino que para crear es necesario realizar un verdadero acto de fe por parte del autor en su propia obra, porque aunque no exista ninguna garantía sobre el resultado, misteriosamente el cumplimiento de la obra y su forma acabada ya están en su comienzo.

Y es que cuando se habla de arte, es necesario adaptar nuestra percepción a la obra, y no al revés la obra a nuestra subjetiva percepción. Comentando una de las célebres pinturas de los nenúfares de Monet, el escritor francés Charles Péguy se preguntaba ¿Cuál de todos los nenúfares del lienzo podrá considerarse más perfecto? La respuesta normal, razonable, sería que el último de los nenúfares, cuando el pintor ya ha adquirido experiencia pintando cientos de ellos, y su mano ha adquirido y perfeccionado la técnica, y por consiguiente ha progresado hacia la perfección. Pero sin embargo nos dice el agudo escritor que al contrario será el primero el más perfecto, cuando la forma se encontraba en su primer estadio, y la creación más próximas a la inspiración original. Porque no es tanto la experiencia sucesiva la que perfecciona la obra de arte, sino la inocencia de la misma y su fidelidad en relación con su propio origen. Podríamos decir entonces que la perfección no está sólo en la obra terminada, sino ya en el comienzo mismo del proceso creativo, y que no es tanto una cualidad fruto del esfuerzo del artista, sino un don recibido y generado en la propia obra en sí. Y es que en la naturaleza de la obra de arte, si se piensa en ello con detenimiento, la perfección técnica no juega un papel sino muy secundario y tangencial. 

La obra de arte no es necesaria, sino para el artista que la crea y para el receptor que la acoge. Es única en sí misma, perfecta y acabada, y por lo tanto no es reproducible en modo alguno. Tampoco es manipulable por poder alguno. Simplemente es. Podría haber no sido, o podría haber sido de otra manera, pero sin embargo una vez nacida nos damos cuenta de que necesariamente tenía que ser así.

Quizás parte de su grandeza y de su perfección radica en que la obra de arte en sí misma no es útil, y el mundo puede pasarse de ella perfectamente. El mundo podría haber progresado perfectamente sin las creaciones de Homero y de Virgilio, de Cervantes y de Shakespeare, de JRR Tolkien y de CS Lewis. Y sería un mundo perfectamente válido, y podría decirse un mundo al que no le faltaría nada esencial. América se podría haber descubierto igualmente, como la vacuna contra la malaria, y la energía nuclear.

Pero una vez nacida la obra de arte y terminada su forma, sabemos que eso que no es esencial para el funcionamiento de nuestro mundo, gratuito y accesorio, que antes no existía y que  ahora sí existe, se ha convertido en algo radicalmente esencial para nosotros, aunque no podamos explicar bien el porqué ni el para qué. Sólamente intuimos vagamente, que las obras de arte a lo largo de la historia, han permitido -por lo menos hasta hoy- a los hombres sostenerse en la existencia como hombres, y no como bestias o como máquinas. Por medio de la obra de arte el Misterio de lo eterno se encarna en una forma concreta, en un momento determinado de la historia, por medio de un hombre, para los demás hombres. Y aquello que creemos creer vagamente en alguna parte de nuestro entendimiento, que nuestra vida y el mundo en que vivimos tienen un significado y sentido totalmente concretos, súbitamente nos resulta evidente y accesible a nuestros sentidos, como si una nueva realidad nos golpeara despertándonos de un letargo invernal.

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